Ni siquiera soy una cara bonita

5.28.2015

Horizontes

Hace años escribí esto para la Revista Bonsái. Lo voy a dejar aquí.


¿Qué voy a hacer contigo? Y ella lo miró. Y él sintió que aunque ella no hablara su idioma, aunque ella no hablara en absoluto, podía escucharlo y entenderlo. Si no era tonta.

Su madre había llevado las dos gallinas la semana pasada. Le había pedido a la vieja escuálida de la esquina que la acompañara al mercado. Él aborrecía a esa anciana, siempre comentaba lo largo que traía el pelo, lo corto que le quedaban los pantalones o lo reservado que era. A ver si no te sale uno de esos niños raritos que no hablan nunca y se quedan solos. No, cómo cree, él es muy listo, se la pasa dibujando y esas cosas. Como los loquitos, yo nomás te aviso para que lo lleves al médico y le dé una checada, nada quita, ¿no? No diga esas cosas, señora.

Desde que podía recordar, su madre había comprado pollos y gallinas para criarlos y luego prepararlos en caldo. Una tarde que iba sobre la bicicleta se paró a pensarlo: era algo muy cruel. No comérselos, lo cruel era llevarlos a casa. Imaginar que las aves estaban en el corral de la señora del mercado después de un largo viaje en un camión apestoso que echaba humo por todas partes, encerradas en cajas, apretadas unas contra otras y pensando, porque él sabía que ellas pensaban, que estaban a tres segundos del terrible final. Y no.

Las aves que su madre compraba vivían en el jardín de atrás; grande, verde, con árboles, como todos los jardines de atrás de todas las casas del mundo. La diferencia es que su madre las dejaba corretear por todas partes. A veces encontraba un pollo cagando bajo la escalera, a veces había gallinas en la vieja casa del labrador, antes grande y fuerte y ahora viejo e incapaz de intimidar a las intrusas. Estaba mal darles una probada de gloria y luego aventarlas al caldo de verduras hirvientes.

Un día decidió que también era cruel comérselos. Estaba bien comerse a los pollos que no habían correteado a su labrador, pero no a éstos, era como devorarse al vecino. Dejó de comer cualquier cosa que su madre hubiera criado. Era un trato que hacía con los pollos antes de agarrarlos por las patas y meterlos a la cocina. Te juro que no quiero, te juro que no, pero si sólo como espinacas y rábanos me voy a enfermar. Mamá dice que hasta los pollos comen carne, que es lo normal. Te prometo que yo no probaré el caldo, porque sé que tú no probarías una sopa que lleve mis piernas.

Estas dos gallinas eran más grandes, así que podía hablarles de cosas serias. El primer día hablaron del viaje desde la granja hasta el mercado, de lo buena que era esa mujer gorda que las metía en un corral lleno de maíz para venderlas; las limpiaba antes de hacerlo, les arreglaba las plumas, les ponía periódico para que la jaula no les lastimara las patas y agua limpia cada cuatro horas. Y no hacía caras de asco cuando remplazaba los periódicos llenos de mierda por unos nuevos.  Los siguientes días él protagonizó las historias. Les hablaba de esa niña que siempre jugaba con él y no pensaba que era raro, de su bicicleta, de su madre, de su labrador, de la escuela, de las otras aves que habían pasado por ahí, del parque, de las piedras, de las sombras de los pinos.

Un día, al volver a casa del mercado, encontró que su madre había matado ya una de las gallinas. La niña lo había acompañado a comprar calabazas y zanahorias. Fue un tonto por no haberlo supuesto. Te dejo la bici, espérame aquí. Corrió al jardín de atrás y cogió a la gallina sobrante, la metió en la canastilla de la bicicleta y se fue con ella y la niña. Se cuidó de no pasar por pollerías ni carnicerías, no quería asustarla.

La dejaron en un parque, pero la gallina no se iba. La dejaron en un puente, pero ella no caminaba. La dejaron frente a la escuela, pero se quedaba quieta. ¿Qué voy a hacer contigo? Y él sintió que aunque ella no hablara su idioma, aunque ella no hablara en absoluto, podía escucharlo y entenderlo. Si no era tonta. Deberíamos subirla a un árbol para que pueda verlo todo y decidir hacia dónde quiere ir. Él miro a la niña, ¿cómo no se le había ocurrido eso antes de que anduvieran siete kilómetros en bicicleta?

Volvieron al parque, a las afueras del pueblo, y la niña encontró el árbol más alto. Él trepó con la mano derecha, mientras sostenía a la gallina entre el brazo y su costado izquierdos. Era lo más difícil que había hecho en su vida, tardó media hora en subir hasta la cima, casi perdió el equilibrio dos veces y los zapatos se le rompieron. Dejó a la gallina en la rama más alta y bajó lentamente.

Esperó por cinco minutos a que la gallina hiciera algo, que marcara el rumbo, que apuntara hacia algún lado, cualquier señal. Pasó una hora y nada más. Volvió a trepar por el tronco y descubrió que bajar era más difícil que subir. ¿Por qué no te vas? Sé que no eres un pato pero pensé que podrías hacer algo, bajar aleteando, no sé.

Tal vez no es un árbol lo suficientemente alto para verlo todo, ¿no? Tal vez no.

5.18.2015

Pienso en ti porque despierto del olvido

Estoy leyendo Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. He subrayado casi todas las páginas (y apenas voy en la sesenta) porque en la mayoría encuentro algo que me ha hecho reflexionar o comprender lo que un enamorado dice.

"¿Qué quiere decir «pensar en alguien»? Quiere decir: olvidarlo (sin olvido no hay vida posible) y despertar a menudo de ese olvido. Muchas cosas, por asociación, te recuerdan en mi discurso. «Pensar en ti» no quiere decir otra cosa que esa metonimia. Puesto que, en sí, ese pensamiento está vacío: no te pienso; simplemente, te hago aparecer (en la misma proporción en que te olvido)."

(Llevo varios días despertando de ese olvido)

Y yo:



El ausente





No estés más angustiada, 
ya lo has perdido.





Ausencia:1
  1. f. Acción y efecto de ausentarse o de estar ausente.
  2. f. Tiempo en que alguien está ausente.
  3. f. Falta o privación de algo.
  4. f. Der. Condición legal de la persona cuyo paradero se ignora.
  5. f. Med. Supresión brusca, aunque pasajera, de la conciencia.
  6. f. Psicol. Distracción del ánimo respecto de la situación o acción en que se encuentra el sujeto.


Absence:2

Line breaks: ab|sence.
Pronunciation:/ˈabs(ə)ns/
  1. [mass noun] The state of being away from a place or person.
  2. [count noun] An occasion or period of being away from a place or person.
  3. (absence of) The non-existence or lack of.
Origin: Late Middle English: from Old French, from Latin absentia, from absens, absent-.
Words that rhyme with absence: deliverance, renascence.



Ausencia. Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado sean cuales fueren la causa y la duración y tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono.3

"Ahora bien, no hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo. El otro se encuentra en estado de perpetua partida, de viaje; es, por vocación inversa, sedentario, inmóvil, predispuesto, en espera, encogido en mi lugar, en sufrimiento, como un bulto en un rincón perdido de una estación. La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda y no de quien parte: yo, siempre presente, no se constituye más que ante , siempre ausente. Suponer la ausencia es de entrada plantear que el lugar del sujeto y el lugar del otro no se pueden permutar; es decir: «Soy menos amado de lo que amo»".4 

"A veces ocurre que soporto bien la ausencia. Estoy entonces «normal»: me ajusto a la manera en que «todo el mundo» soporta la partida de una «persona querida» [...]. Si se soporta bien la ausencia, no es más que el olvido [...]. Es la condición de mi supervivencia; si no olvidara, moriría. El enamorado que no olvida a veces, muere por exceso, fatiga y tensión de memorias".5

"Un koán búdico dice lo que sigue: «El maestro mantiene la cabeza del discípulo bajo el agua, mucho tiempo, mucho; poco a poco las burbujas se espacian; en el último momento, el maestro saca al discípulo, lo reanima: cuando hayas deseado la verdad como has deseado el aire, entonces sabrás lo que es». La ausencia del otro me mantiene la cabeza bajo el agua; poco a poco, me ahogo."6



5.14.2015

Come cuando hay

Acabo de darme cuenta de que sólo vengo a mi blog cada vez que me duele algo. Es como ir al médico, pero esto es gratis. Y qué conveniente que sea gratis, porque aún no tengo seguro social y visitar a un galeno particular es algo que no puedo permitirme.

Eres una oportunista despreciable, Dara Rivera, hace exactamente un año escribiste por última vez aquí.

Hoy me duele todo. Ni siquiera sé por dónde empezar. Mientras me siento y escribo, pienso en qué es lo que me duele más, y debo decir que son las rodillas. No sé por qué. Supuse que este dolor indescriptible que no deja marca visible pero que no me permitió dormir anoche y me mantiene despierta desde las seis de la mañana sería más grande. Pero me equivoqué: las rodillas me están matando. Las siento frías, me duelen al tacto, me duelen mientras camino y al estar aquí, sentada. No me he golpeado o cortado, no tengo nada que indique que mis rodillas son más sensibles que las de alguien más. Y sin embargo duelen.

Tal vez es una metáfora (una muy irónica y cruel) del tiempo que me va a tomar "salir adelante y superar esto". O tal vez necesito visitar a un ortopedista. 

Estoy deseando que sea lo segundo.